Pablo Gómez-Juárez – Censura hasta en el fútbol

Nos encontramos en el momento más inquietante y triste de las relaciones entre Cataluña y el resto de España desde que se inició nuestra actual democracia. Cuando hablo de Cataluña y España, me refiero a sus dirigentes, a sus mandos políticos, no a sus conciudadanos. Me gusta aclarar esto porque existe un problema grave relacionado con el tratamiento que los medios de comunicación –especialmente los de Madrid– otorgan a la cuestión del proceso soberanista catalán. Suelen utilizar una terminología errónea y dañina que termina por englobar a todo el pueblo de Cataluña en las fauces mentales de ese cínico personaje llamado Carles Puigdemont.

Que nadie olvide que en Cataluña existen muchísimos catalanes que se sienten tan españoles como catalanes, que aman a Cataluña y a España a partes iguales. De lo contrario, en el Parlament no existirían los partidos constitucionalistas, ni se verían banderas de España colgadas de los balcones junto a las ‘esteladas’ (yo vi varias rojigualdas en mi visita del pasado fin de semana a la capital catalana), ni tampoco en las provincias de Barcelona y Tarragona –especialmente en ambas capitales– se estaría hablando de forma mayoritaria el castellano como sucede a día de hoy, pese a quien le pese.

No. La Cataluña real no es la que pintan Puigdemont y Junqueras. “Nacionalistas catalanes” no significa lo mismo que “catalanes” (a secas). No debemos caer en errores terminológicos desde otras zonas de la península porque estaríamos haciendo mucho daño a todos esos catalanes que nos quieren (como nosotros a ellos) y que quieren seguir en España.

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