El dolor. El sufrimiento. El abatimiento. La desesperación. La angustia. El desmoronamiento. El miedo. El desgarro. El ahogo. La indefensión. La impotencia. La rabia. El odio. El desánimo. La depresión. La amargura. La humillación. El desprecio. La pobreza. La enfermedad. La desgracia. La pena.
Sentimientos. ¿Quién puede medir, contar, describir, valorar el sufrimiento diario de los millones de personas que viven a nuestro alrededor? Me refiero al sufrimiento cuyo origen no es el azar, ni el destino, ni el que procede de lo incontrolable de la naturaleza o de nuestra propia fragilidad física, sino al causado por otros seres humanos, que es la mayor fuente de dolor y sufrimiento que padecemos.
La indiferencia, el desprecio, la traición, el engaño, el rechazo, el insulto, el ignorar, borrar o negar las consecuencias de nuestros actos, o sea, todo el dolor que provocan, la cadena imparable de sufrimiento que una decisión u otra puede causar en los demás; tener en cuenta esa variable decisiva que determina el valor de nuestros actos (el grado y la cantidad de sufrimiento que podemos causar a los demás), debería ser un principio siempre presente en nuestra vida, algo que habría de aprenderse a valorar en la escuela, un aprendizaje básico.
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