No hace mucho escribí un artículo titulado “La hora de los cabestros”. Vuelvo ahora con la hora de los necios para ajustarla al huso horario del verano y no perder el hilo con que me devano los sesos tratando de comprender qué sucede a mi alrededor.
Y a mi alrededor sucede que se suceden muchos necios, necios de profesión y en procesión, pasando delante de mis ojos, que para eso se inventó la pantalla doméstica, para domesticarnos y acostumbrarnos a la necedad como lo más propio de la especie humana, en especial la especie política, una variedad acendrada de la especie humana en extinción.
Defino y me defino, para que se me entienda mejor. Digo necio, a lo cervantino, por ser palabra “sonora y significativa”, un precipitado semántico que nace del desnate de ignorante, incapaz, terco y obtuso. Me ahorro así el insulto crudo, que queda mal en estos tiempos de pura impostura, de compostura televisiva y mediática, de ten mucho cuidado con meter la pata o decir una palabra más alta que otra.
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