La hora de los cabestros

Me gustaría escribir con moderación, con buenos modos, modales y maneras. Con contención, sin elevar el tono, con la calma que otorga la razón y las buenas razones. Hay momentos en los que esta actitud, sin embargo, no sólo no sirve para nada, sino que desvirtúa el mensaje, inutilizándolo. La corrección política se convierte entonces en pura cobardía, la condescendencia en consentimiento, el silencio en colaboración necesaria.

Me viene en tumulto, a borbotón, el rico vocabulario nacido del pasmo que produce el toparse irremediablemente con alguien incapaz de reaccionar ante una situación límite, sobre todo cuando tiene la obligación y la responsabilidad de hacerlo para bien de todos. Cretino, lerdo, mentecato, lelo, pasmao, imbécil, bobo, atontao, estúpido, besugo, borrego, merluzo, asno, fatuo, majadero, zopenco, tarugo, zoquete, obtuso, idiota, insensato, necio. Son algunos de los términos que ofrece nuestra lengua, tan exuberante, para el desahogo del cabreo.

Digo que no voy a moderarme en exceso, así que me referiré al Presidente del Gobierno. «Espero que la Fiscalía confirme que estas afirmaciones no son ciertas», ha dicho Rajoy sobre las «preocupantes» declaraciones del juez Vidal en que hace una exhibición jactanciosa del golpe de Estado que el independentismo catalán está llevando a cabo

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