Dividir para dominar

Dar gato por liebre, oropel por oro. Confundir churras con merinas (unas dan leche, otras lana), el culo con las témporas, la velocidad con el tocino. Es llamativa la abundancia proverbial con que nuestro idioma nos alerta de un fenómeno tan reiterado como el confundir cosas que nada tienen que ver entre sí, aunque a veces se parezcan. Sigo sorprendiéndome de los artilugios de la mente, cómo se inclina siempre hacia lo fácil, lo simple, lo que le sirve a uno para identificarse con un grupo o una causa que le redima de sus miedos, su ansiedad o la necesidad de sentirse importante. Es un mecanismo de simplificación dogmática ante el que poco pueden hacer todas las prevenciones del refranero.

Sí, me sorprende cómo hoy tanta gente se traga con tanta facilidad los nuevos dogmas y tópicos, engañifas y señuelos, toda la basura mental con que el ‘sistema’ (o sea, las estructuras básicas de poder y dominación) va renovando sus instrumentos ideológicos y de control de las emociones, su capacidad de manipulación de la información y el flujo de las protestas, volviendo ineficaz toda resistencia y oposición. El mayor logro del capitalismo actual (podría ser otro, pero este es el que tenemos) ha sido comprender que, para sus fines, nada más eficaz que dominar las conciencias, influir en el estado mental de la mayoría. Y para lograrlo, poco importa quién lo haga ni el contenido de las ideas, principios o valores que defienda.

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