No es la independencia, sino la impunidad lo que arruinará finalmente lo que queremos evitar. Ni adelanto electoral, ni pactos de conveniencia: restablecimiento de la legalidad y castigo a los culpables. Así son las sociedades adultas.
El mal no está en la independencia en sí, sino en lo que la ha hecho posible. El mal no está en el artículo 155, sino en carecer de conocimiento, pericia y coraje para restaurar la verdad y el respeto por la democracia en Cataluña. Hay que devolver a las palabras sus significados auténticos, librarse de las emociones que nos hacen impunes y utilizar las instituciones para lo que fueron concebidas: la escuela para ilustrar, la policía para servir a la ley, los medios de comunicación públicos para informar con neutralidad y el Gobierno para solucionar problemas, no para crearlos.
Y si el adelanto electoral solo sirve para escurrir el bulto, como si aquí no hubiera pasado nada, es hora de ciscarnos en Rajoy, Pedro y Albert por convertirse en cómplices de los golpistas. De los actuales y de los que saldrán de la escuela en el futuro.
¿O acaso unas nuevas elecciones pueden redimir del incumplimiento de la Constitución y de los desplantes al Estado de Derecho? ¿Qué legado pedagógico estamos dejando a nuestros adolescentes si les transmitimos el desprecio por la ley? En Cataluña ya lo sabemos. Y es desolador.
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