No sé qué fue más desolador, si el gatillazo independentista de Puigdemont, o la incapacidad de los representantes del constitucionalismo presentes en el hemiciclo para darse cuenta cabal de la tragedia histórica que se estaba oficiando, y para dar cuenta adecuada a dicha tragedia. Equivocaron el tono y confundieron el interlocutor. No era Puigdemont, sino la prensa y mandatarios internacionales, Europa, el mundo entero. Era a ellos a quienes debieron dirigirse para desenmascarar la farsa antidemocrática de estos nuevos fascistas posmodernos, que se autodenominan a sí mismos como antifascistas.
Era Europa y su nacionalismo del S.XXI. Esa era la batalla que había que dar, pues ese es el caldo de cultivo donde pretenden extender su influencia. Muy al contrario, entraron al trapo como si se tratara de una tertulia más de las muchas que pueblan nuestros medios. Si acaso se salvó Inés Arrimadas al describir la base supremacista del nacionalismo. Eso sí, con chascarrillos vistosos, y no con la descripción y denuncia de la exclusión real de ese supremacismo en nuestras escuelas, contra la lengua y la nación de unos niños y el adoctrinamiento de todos.
El discurso del honorable golpista se vertebró sobre tres pilares:
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