Santiago Trancón – Mucha cara B

Nuestra mente funciona mediante un mecanismo tan simple como eficaz: la oposición. El modo más rápido de definir algo es oponerlo a su contrario. El mejor símil es el de la moneda: todo tiene dos caras. A no es B. Opuestos, complementarios y excluyentes. El problema surge cuando descubrimos esa dualidad dentro de un ser que, por definición, debería tener una sola cara identificadora. Jano posee dos rostros, opuestos, pero se trata de un dios. Si viéramos por la calle a un tipo con dos caras reales, una de ellas ocupando el cogote, nos daría bastante pavor.

La realidad política empieza a producirnos el mismo espanto: descubrimos que muchos políticos tienen dos caras, que han vivido durante años con un rostro tan maquillado, tan esculpido, tan hormigonado, que nos ha parecido su única cara, la auténtica, mientras que otra, la real, se hacía milagrosamente invisible. Hemos convivido durante años con monstruos bicéfalos, bifrontes, bicípites, bífidos, bilocados. Tipos que despotricaban contra la corrupción mientras se enfangaban chapoteando como batracios en el lodazal de las comisiones, los sobres, los maletines, los paraísos fiscales, los pelotazos. Impunidad, descaro, cinismo de una desfachatez nauseabunda.

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