Me toca ahora denunciar, por ser otro mecanismo igualmente evasivo, el fatalismo, el derrotismo, el considerar que todo, en el fondo, está perdido. Perdido de antemano. Perdido irremisiblemente porque «así somos los españoles», porque «esto no hay quien lo arregle», porque «ya es imposible pararlo». Me refiero, claro está, a la continuidad de España como nación y al desmoronamiento del Estado democrático que la sostiene.
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